Vesania Licurgo

Por: Andrés García Viesca

Página
1
/
5
Página 1 de 5Vesania LicurgoAndrés García ViescaDesde que Vesania Licurgo regresó de la Isla de las Muñecas en Xochimilco,algo dentro de ella cambió. Aquel lugar, saturado de juguetes rotos, de ojosde vidrio siempre abiertos y muecas delineadas como sonrisas rotas, le dejóalgo adherido en la piel, en los oídos, en el centro exacto de su psique.Los primeros cambios fueron casi imperceptibles.Al caer la noche, empezaban los susurros: no gritos, no palabras, solorespiraciones entrecortadas, como si algo esperara que ella cerrara los ojospara manifestarse. El aire se volvió viscoso, con peso. Olía a polvo viejo, amadera húmeda y a plástico tibio. Un aroma infantil, como a saliva seca ytiempo acumulado sobre un rostro que ya no ríe.Las muñecas de su infancia, que había relegado al ático años atrás,comenzaron a aparecer en sitios donde ella no las había dejado.Una en el umbral del baño. Otra, sentada en la silla del comedor.Una tercera, acostada sobre su almohada, con los ojos fijos en el techo.Y luego todas, de pronto, con las pupilas giradas hacia ella.—Despierta, Vesania. Regresa a mí —susurró una voz sin boca, solo aliento.Cada mañana, las posiciones eran distintas.Una cabeza torcida.Una mano levantada.Una sonrisa más amplia que la noche anterior.Su cuerpo temblaba. Su mente no.Estaba amarrada a una idea.Algo se movía mientras dormía.Y lo peor, ese algo la esperaba despierto.Los amigos comenzaron a notar cambios.
Página 2 de 5Al principio fue su mirada, dispersa como si escuchara una conversaciónparalela, silenciosa.Después fue la voz, hablaba de unas “ellas” que nadie más conocía, pero queparecían huéspedes permanentes.—Las muñecas me vigilan.—No les gusta que invite extraños.—Una de ellas llora por las noches.Sus amigos reían. Incómodos.Ella no.¿Por qué nadie más las ve? ¿Por qué todos creen que esto es un juego?No están muertas. No del todo.Me observan. Me entienden. Me juzgan.La casa se volvió un cuerpo.Las paredes respiraban.El techo crujía con nuevas articulaciones.Y en las noches… desfilaban.Siluetas acurrucadas en las esquinas, meciéndose.Manos diminutas en los cristales.Cabezas flotantes con mechones enredados.Pestañas que se movían sin viento.La del vestido azul susurra mi nombre desde el cajón.Yo hablo.Y ellas responden.Primero con gestos.Después, con palabras.Regresa al lugar en el que me abandonaste.El agua aún te recuerda.Tu promesa fue romperme. Y lo hiciste.Pero yo permanecí. Y tú… tú todavía no terminas de romperte.
Página 3 de 5La voz interna de Vesania ya no tenía una sola tonalidad.Era un coro.Una coral infantil, disonante, insomne.Los amigos se alejaron.La familia intentó intervenir.Ella cerró las puertas, bajó las cortinas y volvió a hablar solo con las muñecas.No necesito que me crean.Solo necesito que no interfieran.Ella me protege.Yo soy ella.Y ella soy yo.Días sin salir. Semanas sin contacto.Silencio al otro lado de la puerta.Hasta que una mañana, su cama estaba vacía.La encontraron dos días después, en la Isla.Pero ya no era ella.Estaba de pie entre árboles torcidos.Rodeada por decenas de muñecas colgadas con cuerdas.Algunas sin brazos.Otras con la boca cosida.Unas más con la cabeza de trapo empapada en lo que parecía lodo… o sangrevieja.Las había dispuesto en círculo.Les ató las manos con cables viejos y oxidados.En el centro, una gran muñeca.Con cabeza de porcelana y los ojos tallados en la nuca.El torso de tela sucia, relleno con hojas podridas.Y los brazos que eran piernas ajenas, cosidas con tripas de animal.
Buscar en el documento
Vesania Licurgo.docx
Página 1 Página 1 de 5

 Licurgo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »