Una nueva vida

Por: Dario Jaramillo

Cuando los Echeverría llegaron a conocer su nueva casa se encontraron con un inmueble que requeriría algo de trabajo, pero perfecto para ellos: con recámaras espaciosas y una estancia acogedora, el hijo de la pareja, Luis, fue el primero en escoger su habitación, mientras los padres recorrían la casa haciendo anotaciones sobre las remodelaciones que pensaban hacerle.

El dueño vendió la propiedad a mitad del precio del mercado, les dijo que la remataba porque tenía que salir del país con urgencia, a Jorge y Rosalía les pareció lógico y aceptaron la transacción, una vez entregadas las escrituras y realizado el depósito, el vendedor les pidió que por favor desmontaran el único espejo de cuerpo completo de la casa, sin quitarle la cubierta, y se deshicieran de él.

La petición les pareció extraña pero no repararon en ella. Aunque no querían admitirlo, temían ser víctimas de un fraude, así que cuando por fin comprobaron que las escrituras eran legítimas y la propiedad estaba en regla, olvidaron por completo el requerimiento del sujeto.

Mientras los empleados de la mudanza bajaban las cosas del camión, Luis de 16 años, escogó la recámara que estaba justo subiendo las escaleras, puso su mochila en el piso y conectó su celular en el enchufe que quedaría junto a su cama, después quitó la sábana que cubría el espejo de cuerpo completo que estaba ahí.

Se encontraba un poco polvoso así que tomó la sábana y lo limpió. Fue esa fricción la que despertó al espejo que había estado dormido durante medio siglo, estaba feliz de volver a estar en contacto con el mundo de los humanos y sus almas.

Cuando Luis se paró frente a él, el espejo hizo una copia fiel y la encarnó del otro lado del reflejo, estaba eufórico, sentía como si una corriente eléctrica viajara por sus venas, pronto podría volver a experimentar los placeres de un cuerpo y en este caso de uno joven.

Los días transcurrieron con normalidad para la familia, Jorge y Rosalía estaban felices al ver que su hijo comenzaba a arreglarse más, a tener amigos, había dejado de refugiarse en los libros, incluso alguna vez tuvieron que reprenderlo por haber llegado un par de horas más tarde de una fiesta.

Finalmente actuaba como un adolescente normal, todo parecía estar en orden, hasta aquella madrugada cuando Jorge se levantó por agua a la cocina y al pasar por el cuarto de su hijo, lo vio parado frente al espejo murmurando y manoteando.

––No te voy a dejar salir. Déjame en paz, si continúuas molestándome haré que se deshagan de ti, No volverás a ver a tus padres.

Jorge pensó que su hijo podría ser sonámbulo y decidió no intervenir, había oído que no era recomendable despertarlos, así que esperó en el marco de la puerta por si acaso hacía el intento de bajar las escaleras, no quería que se hiciera daño. Pero eso no sucedió, el muchacho le dio la espalda al espejo y se metió en la cama.

Al día siguiente, durante el desayuno, estaba de buen humor y comió bastante bien, Jorge no estaba seguro si mencionar lo del incidente o no.

––¿Dormiste bien anoche?

––Sí pa, aunque tuve un sueño muy extraño. Creo que cené muy pesado ––dijo riendo.

Después, su semblante cambió, y su voz sonó un poco más grave.

––Creo que deberías hacerle caso al vendedor y deshacerte de ese espejo, ya lo cubrí, ¿crees que le puedas decir al de la basura que se lo lleve?

Jorge asintió y clavó la mirada en Rosalía, que lucía desconcertada del otro lado de la mesa. No sólo habían olvidado aquella petición del dueño anterior, sino que tampoco le habían contado a su hijo sobre ello.

––Bueno, si quieren conservar ese vejestorio por lo menos llévenselo a su cuarto, ya me voy a bañar. Ah por cierto pa, hoy es la fiesta de Ana, me llevo el coche, no me esperen despiertos ––dijo guiñando el ojo.

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