Por: Dario Jaramillo
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Página 1 de 2UN VIAJE EN METROEran las 11:50 de la noche, el convoy iba atravesando la estación Centro Médicocuando sucedió, las luces parpadearon y la maquinaria comenzó a perder potencia,hasta detenerse por completo y todo quedó en penumbras, David comenzó a sentirsemuy nervioso, pero antes de que su nivel de ansiedad se disparara, un destello azuliluminó el vagón; la energía regresó y volvió a ponerse en movimiento.Revisó su reloj inteligente, su ritmo cardíaco se había elevado a 120, realizó un par derespiraciones para calmarse, sacó de su bolsillo el libro de acertijos que llevabaconsigo cada vez que subía al metro y se propuso resolver uno de ellos antes de que elconvoy llegara a Metro Universidad.Le faltaba rellenar una casilla del sudoku cuando el silbido de las puertas indicó quehabía llegado a su destino. Cuando bajó del vagón notó que las paredes de la estacióneran completamente blancas, con una línea roja que las dividía por la mitad. El miedocomenzó a apoderarse de su mente, se sintió mareado y buscó desesperado la salida,pero lo que vio afuera lo atemorizó aún más.A pesar de la hora las calles lucían bastante transitadas y nadie usaba cubrebocas masque él, por si fuera poco no reconocía nada a su alrededor. Decidió llamar a su mejoramigo para que fuera a buscarlo, pero su celular estaba descompuesto, marcaba lasnueve de la noche y no tenía señal. Estaba a bordo del colapso cuando una mano letocó el hombro.––¿David? Soy Lázaro ¿no te acuerdas de mi? Nos la vivíamos en lasmaquinitas de Don Ramón, junto a la vinatería, cerca de la casa de tu abuela.David enfocó la mirada hacia el sujeto que le hablaba, no podía ser, los mismos ojosverdes, el diente chueco y el cabello rubio. Era él, no había duda, excepto que eso eraimposible por un pequeño detalle: Lázaro se había suicidado poco después de cumplir16. Sin embargo aquí estaba frente a él, un hombre de 30 años, saludándolo con unaamplia sonrisa y un apretón de manos firme.––Te ves muy pálido ¿te sientes bien? Vamos por unos taquitos con una cocabien fría para que te alivianes, vente ––dijo Lázaro mientras le pasaba el brazo porencima del hombro.David caminó casi en piloto automático, hacia la dirección que su amigo le indicaba,llegaron al local “Los Güeros” y se sentaron, el aroma a tacos al pastor era lo únicofamiliar en ese mar de incertidumbre, y por un momento se sintió tranquilo. Ahí con unaorden de campechanos en la mesa y la música de Juan Gabriel en el fondo se enteróde la vida adulta de su amigo, aquella que David nunca había llegado a conocer.Estuvieron horas platicando y mientras más tiempo pasaba David se sentía mástranquilo y los sucesos de esa realidad le parecían menos extraños, había asimilado
Página 2 de 2bastante bien que Amy Winehouse tenía un nuevo álbum y que Lady Di seguíaacaparando la atención de los paparazzi. Al final de la velada Lázaro le ofreció ride a lacasa de su abuela.David aceptó, quería volver a ver la casa donde había crecido, su abuela era una mujerejemplar que lo había criado de la mejor manera posible después de la muerte de suspadres.Al bajarse del auto quedó frente a la casa, era idéntica a como la recordaba. Se acercótemeroso a la puerta, al ver que las luces de la sala estaban encendidas decidió tocarel timbre. La puerta se abrió y, detrás de ella, apareció el rostro de su madre. Unadescarga de adrenalina le inundó el torrente sanguíneo y se desmayó.Cuando abrió los ojos era de día, reconoció su recámara y el olor a hot cakes lo atrajoa la cocina, ahí su abuela servía el café sobre la mesa, mientras su madre servía unplato repleto de esponjosos panecillos.––Siéntate mijo, ya está tu desayuno, no sabes lo feliz que estoy de que por fin hayasregresado a casa ––le dijo sonriendo.
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