Es que los niños son inquietos (primera parte)
Estábamos a tres semanas de la navidad, años ochenta con 10 y 11 años. En ese tiempo del año se vendía una gran variedad de fuegos artificiales en todas partes. En general los padres le pasaban a sus hijos los menos peligrosos, unos que se llamaban “chispita”.
Ese día estaba con mis amigos del barrio jugando en una esquina cuando escuchamos una explosión. Nos acercamos al lugar de donde venía el ruido y vimos a un par de niños en la calle junto a la vereda.
Les preguntamos qué habían hecho y ellos nos mostraron lo que hacían para provocar ese ruido. La técnica era bien simple, había que pelar una chispita, o sea sacarle el papel, y el contenido dejarlo en el piso, en un montoncito, luego encima del montón de pólvora se colocaba una piedra con un lado liso y una superficie un poco más grande que el montón de pólvora. Finalmente, se pisaba con fuerza la piedra para producir la explosión. Nos dejaron practicar con ellos y aprendimos a manejar la técnica.
Nos fuimos a nuestra esquina y nos organizamos. Unos fueron por chispitas y otros a buscar piedras. Empezamos a hacer nuestras explosiones, con una, con dos, con tres, con ocho. En ese momento logramos descubrir que hay piedras y piedras, unas son bien duras pero con ocho chispitas algunas se rompían con la explosión. Fuimos perfeccionando el proceso y las explosiones eran realmente fuertes, al nivel de que la gente salía de las casas a ver qué había pasado, qué eran esas explosiones.
Avanzamos así hasta diecinueve chispitas. El problema fue que ya era tan fuerte la explosión que en uno de los intentos me lesioné el tobillo. Eso nos llevó a cambiar la técnica. La solución fue bien simple necesitábamos una piedra bien grande y pesada para lanzarla sobre la más pequeña, la que se colocaba sobre la pólvora. Con esa técnica avanzamos hasta treinta y tres chispitas y estábamos listos para hacer explotar cuarenta el veinticuatro en la noche.
Ese día teníamos que hacer la gran explosión, ya teníamos nuestra reputación en el barrio, los más chicos querían ver cómo sonarían cuarenta chispitas, sí querían ver, porque la llama de fuego de la explosión ya era bien grande.
Estaba todo preparado, la pólvora de cuarenta chispitas lista, la piedra de base de la mejor calidad en piedras y una bien grande en manos del más grande de nosotros.
— ¡ya!, ¡aléjense un poco!
— Sean, ¿estás ok?
— ¡Todo listo!
— weon, la tirai y te escondes detrás del árbol.
— sí, weon, si sé.
— ok, ¡a la cuenta de tres!
La explosión fue increíble, si había sido un éxito sacamos a todo el barrio a mirar a la calle, cuando sale un señor de una casa gritando con la piedra de base en la mano, si esa la que estaba sobre la pólvora, ahora estaba en las manos de un señor que vivía a treinta metros de donde habíamos hecho la explosión.
— ¿qué mierda hicieron? pendejos, weones.
— no sé, señor, ¿qué pasa?
— tiraron esta piedra a mi casa me rompieron el ventanal, por poco me pega en la cabeza cuando estaba en el comedor. ¿Qué hicieron?
Atinamos a arrancar, corrimos en diferentes direcciones, esa era siempre la estrategia, correr en diferentes direcciones y luego con un chiflido específico del grupo nos señalizábamos dónde estaba cada uno.
Era obvio que el viejo nos iba a delatar con nuestros padres. Al final tuvimos que pagar el ventanal del viejo. Ahora, eso no nos detuvo. Evidentemente esa técnica no era la más adecuada. Necesitábamos otra para avanzar a cincuenta chispitas. Uno de mis amigos nos dijo que se podría provocar lo mismo con un tubo de fierro, lleno de chispitas y bien sellado en las puntas.
Uno de nosotros tenía una antena de auto. Antiguamente los autos tenían unas antenas telescópicas de aluminio. Usamos la parte más gruesa de la antena para llenarla con cincuenta chispitas. La sellamos con una prensa que tenía mi viejo en la casa y armamos nuestra primera bomba. Ahora había que hacerla explotar.
— ¡Pescao! ¿Y ahora?
— necesitamos someter el tubo al calor, cacho que lo mejor es ir a la plaza al caracol de cemento, en el centro con un par de ladrillos y tres velas armamos el detonador.
— ¡vamos!
Preparamos todo, nos organizamos para hacerlo de una manera segura. Eran las cinco de la tarde. Llegamos a la plaza, pero había muchos niños jugando así que nos quedamos en un pasto matando el tiempo y pensando cómo lo íbamos a hacer, inspeccionamos el lugar, miramos si llegaba viento ahí en el medio del caracol de cemento. El caracol en realidad es una espiral de cemento que tenía unos cincuenta centímetros de alto por cincuenta de ancho y su estructura daba varias vueltas desde el centro hasta afuera donde terminaba, era ideal para lo que queríamos. En el centro abajo no llegaba nada de viento.
Ya estaba oscureciendo, eran las nueve de la noche, nadie en la plaza.
— Creo que es el momento.
— esperemos un poco más.
— weon, a mí ya me van a salir a buscar, ¡seguro!
— ok, pero si aparece alguien?
— le decimos que va a explotar un fuego artificial.
— pero si es un viejo pesao?
— se va a comer pedazo de explosión.
— si, no será mejor que nos arranquemos más tarde? Se va a notar más la explosión.
— tenis razón.
— todos a comer la casa y nos juntamos acá a las once.
Todos nos fuimos cada uno a su casa. A las once llegamos todos menos Jorge. Nos ubicamos en el centro del caracol y colocamos todos los elementos de acuerdo a lo que nos decía el pescao. Los ladrillos uno a cada lado a una distancia un poco menor que el tubo con las chispitas. Hicimos tres hoyos en la tierra entre los ladrillos para colocar las tres velas bien firmes, con las bases de las velas y tierra. Luego al colocar el tubo nos dimos cuenta que los pliegues para sellar el tubo tenían que estar en el mismo ángulo en paralelo para darle más estabilidad al tubo sobre los ladrillos, al final con un par de piedras adicionales lo acomodamos bien.
— ya weon prende las velas!
— dale, ¿no viene nadie?
— no todo está despejado.
— pescao? Cómo cuánto se va a demorar?
— no tengo idea.
— pero no va a explotar altiro? No?
— weon no sé.
— ya filo!
Prendimos las velas y nos alejamos a esperar la explosión. Pasaba el tiempo y nada. Nos separamos en cinco puntos para reaccionar si es que alguien se acercaba a la plaza. Seguíamos esperando.
— pescao!!! Tu wea no funciona!!!
— espera un rato!!!
— se nos va a pasar la noche!!! Me voy a acercar a mirar si no ha fallado algo.
Me acerqué a mirar algo asustado de que explotara justo cuando iba a mirar.
— weon, está todo ok!!!
— ¡sal de ahí seba!!!
— ya!!!
Cuando voy llegando a mi posición explota la bomba. Salió una llama de como tres metros de altura de color azul y amarillo, el bombazo sonó fuerte y seco y se produjo un poco de eco. Arrancamos como siempre en diferente direcciones y luego a punta de chiflidos, como siempre nos juntamos nuevamente en otra plaza más alejada.
— ¡weon la cagó!
— jajajajaja si increíble, ¿cachaste cómo sonó?
— ¡increíble!
— Tenemos que ir a ver cómo quedó todo, ¿cómo habrá quedado el tubo?
— esperemos un rato antes de volver, van a cachar que fuimos nosotros.
A las doce y media regresamos. No había nadie en la plaza. Los ladrillos uno roto y el otro tal cual. Las velas estaban como reventadas contra el piso y encontramos pedazos del tubo a 5 metros de ahí, se había partido por la mitad.
— ¡funciona esta wea pescao! ¡Se pasó!
— increíble, era teoría nomás ahora veo que sí, mi abuelo me regaló un libro donde hay otro tipo de bombas, con nitroglicerina y ahí sale cómo se puede producir nitroglicerina en la casa.
— es broma, no?
— no, mañana te lo paso.
— jajajajaja ¿es serio?
— sí, podemos hacer algo mucho más grande mucho más destructivo.
— weon cálmate! Si no somos terroristas.
— y entonces ¿por qué hicimos la broma de la bolsa de basura en la calle?
— pero eso fue una broma.
— weon llegó el Gope.
— ya ok miremos tu libro de mierda, está bien.
— igual podemos repetir esto, le entraban más chispitas a ese tubo.
— Pero no tenemos más antenas.
— ¡mira la calle! Está llena de autos con antenas, ¿no?
— ¿qué? ¿las robamos?
— obvio.
— juntemos unas diez, al ojo les podemos meter unas setenta chispitas a cada una y las hacemos detonar en más plazas al mismo tiempo.
— ¡suena bien!
Cuando llegué a la casa, me pillaron.
— Sebastián ¿dónde andabas? ¿No escuchaste la explosión?
— Estaba Carlos Alvarado con mis amigos, no ¿qué explosión?
— tú no tienes que ver con la explosión.
— no, nada que ver yo. ¿Dónde fue?
— se sintió aca al lado, en la plaza, yo salí a mirar pero no vi nada.
— vah, qué raro.
Los días siguientes los dedicamos a recolectar material, salíamos en la noche a robar antenas, las más grandes y anchas, esas nos servirían mejor. Todos teníamos que estar disponibles para ir a comprar cosas para la casa y así juntar partes de vueltos para comprar chispitas. El jueves ya …



