— ¡No me digas eso! Te juro que no lo entiendo.
— …
— A ver, déjame intentar explicarte por qué estás equivocada. En el fondo es súper simple pero creo es difícil de entender.
— …
— No, no, o sea, si quieres salir bien parada y evitar exponerte, es simple esa respuesta, pero el comentario siempre trae algo detrás. Considera por un momento que hay algo más y en el peor de los casos considera que al tiempo que intento explicarte a ti también lo hago para mí.
— …
— Bueno, el problema de base, como en muchas cosas, es que nos gusta complejizar lo simple con un montón de razones vacías, que responden anda a saber tú a quién. Imagínate el origen de esto: la juventud, pendejos, probablemente inteligentes pero totalmente inseguros de lo que realmente son, que responden a qué?, a lo que está de moda?, a las películas de Hollywood?, a los estereotipos que les vende la televisión?, que son incapaces de establecer un estilo propio?, ¿por qué prefieren pertenecer a un grupo antes que responder por lo que realmente les gusta? Ese origen es bien evidente ¿ono?
— …
— ¿Qué? ¿Acaso nunca te viste evitando a un amigo impopular en el colegio para que no te vieran los otros con él o ella? ¿No fallaste a la junta con esos ñoños que no respondían a los cánones del éxito pendejo? ¿Nunca quisiste hacer lo necesario para estar arriba en el ranking de belleza a cualquier costo?
— …
— Pero obvio que yo también, también fui un pendejo y tampoco creo tener ni una razón absoluta hoy; intento explicarte otra cosa y si está mal ya está, es eso, una estupidez más dicha en mi vida, créeme que eso no me va a hacer ni una mella. Bueno, ¿ sigo?
— …
— Esos elementos son los que te digo van cubriendo lo simple, eso que cualquier niño entiende. En el mundo pendejo las cosas dejan de ser percibidas por lo que te gusta y listo. Pregúntale a un niño por qué hace cualquier cosa, cualquiera; ¿cuál es la respuesta obvia? y que parece no tener sentido.
— …
— “¡Porque sí!” Eso responden, no hay argumentación, no hay “lógica”, no hay un “debe ser”, no hay un “es lo que se espera”, solo está el estímulo y su apreciación subjetiva sin filtro de lo que le gusta o no, simple, yo diría envidiablemente simple.
— …
— Eso es justamente lo que complejiza lo simple y te aparta de comprender lo que realmente importa. Sin duda que no es la regla general de la vida, no digo eso, solo quiero decirte que tienes razón pero no en todo el sentido de las cosas y en mi opinión menos en este.
— …
— Ok, ¡gracias! ¿Sabes? Cuando te miro lo único que veo es lo mejor, me enorgullece poder mirarte, jajajajaja, “me enorgullece”, perdón estoy en modo perorata, ¡perdón!, vuelvo a lo simple, jajajaja: ¡me calienta mirarte! Todo en ti me vuelve loco; ¿cuando me pierdo en tus ojos? ¿cuando aprecio las curvas sobre curvas que deja ver tu ropa? ¿cuando las puedo sentir?, ¿ tocar? Eso es simplemente estar en el mismo paraíso.
— …
— ¡Sí!, ¿qué onda? Sobre todo ahí, eso es lo mismo que estar en el paraíso; no existe preocupación, lo único que importa es el momento, sentir y nada más. Los problemas desaparecen por un momento, ¡un momento infinito! Lo siento, pero todo en ti me gusta, cada detalle, cada arruga, cada mancha, tu barriga, ¡todo! ¡todo! y es más, no ha nacido ser sobre la tierra que me pueda hacer cambiar lo que siento por ti, ¡nadie!
— …
— Bueno, es lo que siento; si va a ser para siempre, no lo sé, pero hoy sí.
La simplicidad difícil



