La Puerta


Le había tomado siete meses llegar hasta el lugar donde alguna vez estuvo su hogar. Hoy todo era cenizas. Trataba de distinguir dónde estaban las piezas, la cocina, la terraza donde había compartido con su familia y amigos, pero era imposible. La única referencia para ubicar su casa, era una gran roca que aún seguía ahí y su posición le permitía estimar la ubicación de su casa.

Las cenizas y la lluvia ácida habían producido una especie de piedra laja en el suelo. No se podía apreciar ni un solo vestigio de nada, algo que pudiera recoger, nada. No había señal de vida, simplemente nada sobrevivió. Con la ayuda de un cuchillo intentó escarbar debajo de la carpeta de cenizas con la esperanza de reconocer algo, lo que fuera, un trozo de plástico, un juguete, cualquier cosa era valiosa para recordar, para volver a conectar..

Después de buscar un rato, se detuvo. La energía invertida en eso le podía costar caro, todo era escaso y ya debía buscar refugio, tenía que hacerlo antes de que cayera la noche. Encontró un lugar y lo preparó para sobrevivir a los menos de veinte grados bajo cero que se registraban cada noche.

Habían pasado cinco años del fin de la guerra, la tierra está casi desierta. Existen algunos asentamientos humanos principalmente en América del sur. No hay sistemas de comunicación, la guerra se lo había llevado todo. Su fé se sostenía únicamente por un mensaje, un mensaje de su hija que recibió días antes del ataque a la ciudad de Caracas. Ellos, su familia, sabían que esto iba a ocurrir y tenían un plan para refugiarse. Él mantenía aún viva la esperanza de encontrar el refugio y así encontrar a su familia.

Un viajero que se topó en el camino le mencionó que efectivamente existía un asentamiento de seres humanos en los alrededores de Caracas, en dirección a Hoyo de la Puerta. Le sugirió que no se acercara a esas tierras, ya que había podido ver restos que delataban la presencia de caníbales. Él hizo caso omiso de la advertencia, hoy nada tiene sentido, lo único que queda es la esperanza de volver a ver a tu familia o al menos saber que están muertos, sin importar el costo.

Él conocía muy bien los alrededores de Hoyo de la Puerta. Si bien no tenía idea de cómo podía haber cambiado el terreno, tenía pensado cómo se iba a aproximar. Esa mañana se levantó y emprendió el viaje a Hoyo de las Puertas. Evitó todos los caminos que indicaran alguna actividad, huellas de pies o de vehículos y también los sectores con flancos abiertos. Caminó con calma e intentó cada cierto espacio de tiempo borrar lo más posible sus propias huellas, dejando discontinuidades para quien lo pudiera estar siguiendo.

Llegó a una posición segura. Estaba en altura y con un campo de vista muy amplio. Estuvo por catorce días registrando la actividad. Con lo que vio, tenía una idea de donde estaba el refugio y como acercarse. Le tomó dos días llegar hasta el acceso. En la noche se ubicó en una gran grieta al lado, que le permitía seguir observando desde la sombra.

Desde esa distancia distinguió las marcas en la piel de quienes transitaban, cicatrices de una exposición prolongada a la radiación. Se movían con armamento y era evidente que tenían formación militar. Eso era mala señal, seguro eran mercenarios y si eran eso muy probablemente eran caníbales. Tenía que seguir mirando.

El segundo día recorrió la grieta y reparó en que había humedad y era muy profunda. Era importante seguir observando, pero decidió adentrarse más. Avanzó dos horas, tiempo justo para volver a su posición y protegerse. Al otro día volvió, avanzó por casi cuatro horas, camino hasta que encontró una puerta de fierro fundido que decía “Hoyo de la Puerta”. Tenía cerradura, pero él obviamente no tenía la llave. Esa puerta, tan simple y robusta, parecía un símbolo, como un umbral entre la desesperación y la esperanza.

Volvió rápidamente por algo que le permitiera abrirla, mientras pensaba: ¿Y si no hay nadie? ¿Y si todo esto es en vano? Pero, ¿y si están vivos…? Debo seguir. Al llegar estaba ansioso, sentía que ahí era el lugar y necesitaba abrir la puerta. Tiró su mochila a un lado empujando una piedra que rodó hasta el camino. La grieta replicó el ruido de la piedra con un eco profundo, interminable. Por un momento, el silencio regresó. Un sonido lejano, de pasos, hizo que se quedara helado.

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