La angustia

La angustia

Esa mañana despertó con una rara sensación en el estómago y una presión en el pecho. Le costó levantarse de la cama. Una vez de pie, notó además que estaba mareado. Se metió a la ducha y estuvo ahí un buen rato intentando recuperarse.

Si bien sentía algo así como un vacío en el estómago, no tenía ganas de comer. Se vistió y se dirigió a la salida de su departamento.

Después de cerrar la puerta se dio cuenta de que no había tomado las llaves. Apenas reparó en el problema y siguió adelante. En el ascensor estuvo un rato parado hasta que sintió que subía. Había olvidado presionar el botón del primer piso.

Mientras subía se miró en el espejo y se dio cuenta de que no se había sacado el champú del pelo. Tampoco dramatizó el problema, sin las llaves del departamento no tenía cómo resolverlo y no era para tanto, daba la impresión de que se había echado gel.

Caminó a su trabajo y paró como siempre en la cafetería. En la cola para comprar el café, tenía la mirada perdida, hasta que le llamó la atención el joven para hacer su pedido. Pidió lo de siempre, un café y siguió su camino al trabajo.

Esa sensación no se le pasaba, el vacío y la presión seguían ahí.

En la oficina intentó concentrarse en sus tareas, pero su cabeza estaba en otra parte. En la reunión de equipo, su jefe le llamó la atención con una pregunta. El compañero, sentado al lado de él, le tuvo que dar un codazo para que reaccionara y salió del lío mirando las caras de sus compañeros buscando si debía responder que sí o que no.

Después de esa reunión, canceló todas las reuniones del día. No estaba como para interactuar con nadie, su mente estaba en otra parte y ese día evidentemente no iba a lograr concentrarse en ninguna tarea.

Acercándose el horario de salida del trabajo, su corazón empezó a acelerarse, la sensación de vacío y la presión se volvieron ansiedad. Guardaba y sacaba la punta de su lápiz mientras miraba el reloj en la pared. Para él, el segundero no se movía.

La ansiedad ya era insoportable, así que decidió salir un poco antes, para evitar cualquier imprevisto, así como tareas de último minuto o llamadas inesperadas. Su nerviosismo era cada vez mayor, ya podía sentir su corazón en el oído.

Caminó al lugar y esperó. Con dificultad lograba prender un cigarro. Sus manos temblaban. Aspiraba grandes bocanadas de humo, con tantas ganas que se puso a toser. Se mantuvo de pie, sintiéndose así era insoportable estar esperando sentado. Esperó, hasta que una mujer que caminaba rápidamente hacia él, se le abalanzó, lo abrazó y lo besó intensamente por un largo momento.

– No hubiese podido soportar un día más sin verte.

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