La aldaba


Por: Andrés García Viesca

Página
1
/
2
Página 1 de 2La aldabaAndrés García ViescaMi pueblito natal se recuesta en el regazo de la colina, un manto de tejados rojos bajo elcielo enmarañado de nubes grises. Las calles estrechas se retuercen como antiguos ríos depiedra, fluyendo de recuerdo en recuerdo.Había vuelto después de muchos años. Demasiados. El viento aún llevaba las notas deaquellas canciones de la infancia, y los olores, ¿cómo olvidarlos? se entrelazaban conimágenes de manos arrugadas, amasando, pan y flores frescas en el alféizar de la ventana.La plaza central, siempre vibrante en mi memoria, ahora se muestra callada, solointerrumpida por el murmullo de la vieja fuente. Aquella donde lanzaba monedas y pedíadeseos de niño. Deseos simples, ingenuos.Me adentré en la calle principal, donde las casas parecían susurrar secretos de antaño. Alfinal, reconocí la desgastada puerta verde, la entrada al mundo de la señora Elvira. De niño,me fascinaban las historias que contaba; relatos de amores imposibles, aventuras en tierraslejanas y criaturas mágicas. Siempre decía que eran "frutos de su imaginación", pero algoen sus ojos brillantes decía lo contrario.Toqué la aldaba. Un eco sordo recorrió la casa. Después de un largo minuto, la puerta seabrió con lentitud, revelando a una anciana de cabellos plateados y ojos profundos como elocéano."¿Te conozco?", preguntó con voz quebradiza."Soy Lucio, el niño que venía a escuchar tus cuentos."Una sonrisa arrugada se formó en su rostro. —Ah, sí. El niño de los ojos soñadores. Pasa".El interior era un santuario de recuerdos. Estantes repletos de libros viejos, fotografías enblanco y negro, y juguetes de otra época.Nos sentamos junto a la chimenea. Ella tomó un libro y comenzó a leer en voz baja. Cadapalabra, cada frase, cobraban vida, y me encontré nuevamente perdido en el encanto de sushistorias.Cuando terminó, las sombras de la noche ya se habían adueñado del pueblito. Elvira cerróel libro y miró hacia el fuego, vi en sus ojos las llamas danzantes."Lucio", comenzó, "la vida es un tapiz de momentos y recuerdos. Algunos se desvanecenmientras que otros permanecen. Pero lo importante es recordar que cada historia, cadacuento que escuchas o relatas deja una huella en el alma."
Página 2 de 2"¿Te gustaría escuchar una historia de mi infancia, Lucio? Nunca la he contado pero por elgusto de verte después de tantos años, quiero compartirla con mi niño de ojos soñadores."Elvira, con una ternura desbordante, acarició suavemente el rostro de Lucio, y en lapenumbra acogedora que los rodeaba, comenzó a tejer el relato de sus memorias.Cuando era niña, viví en un valle solitario donde el río cantarín y los bosques de abetospintaban el paisaje de tonos verdes y azules. Una tarde de otoño, cuando las hojascomenzaban a vestirse de oro y carmesí, mi abuela Griselda me llevó al bosque pararecoger leña. Estaba feliz con mis pequeñas botas y una capa roja, me sentía como unaheroína en un cuento de hadas, lista para descubrir lo que la floresta ocultaba.Caminamos entre los árboles centenarios, y mientras nos adentramos me enseñó cómoelegir las ramas secas que crujían bajo nuestros pies, las que eran perfectas para calentar elhogar en las noches frías que se avecinaban. Mientras recogíamos la leña, noté que miabuela se dirigía en silencio hacia un claro donde los rayos dorados del sol se filtraban através de las ramas."Allí", susurró apuntando al centro del claro," es donde las hadas bailan bajo la luna llena".Miré fascinada mientras mi abuela con movimientos suaves colocaba flores silvestres en unpequeño círculo: margaritas, campanillas y amapolas. "Las flores atraen a las hadas, y enagradecimiento, ellas nos cuidan y nos cuentan los secretos del bosque", explicó mi abuelacon una voz aterciopelada, mientras sus ojos chispeaban con el brillo de aquellos que sabenalgo más que lo evidente.Mientras Griselda recogía agua de un arroyo cercano, yo no podía apartar la vista delcírculo floral, esperando ver alguna hada. Me arrodillé al borde, escuchando con atención,esperando oír risitas o cuchicheos de las esquivas hadas. Aunque no llegó ninguna, percibíun calorcito en el corazón, fue una chispa de magia que me hizo sonreír.De regreso a casa, con nuestra carga de leña y un cántaro de agua fresca, yo supe que esedía fue especial. Pues por vez primera había tocado un rincón secreto del mundo, un lugardonde la magia era tan real como las piedras bajo nuestros pies y las historias de mi abuelaGriselda. Terminó."¿Tú historias es real, señora Elvira?", pregunté, con la curiosidad de mi yo infantilresurgiendo.Intuí que su sonrisa iba a revelar un secreto. "Todas las historias tienen un grano de verdad,Lucio. Pero la magia reside en cómo las recordamos y en cómo las relatamos".Nos despedimos con un abrazo cálido, y mientras caminaba de regreso a la plaza, el airefresco de la noche me golpeó, llevando con él los ecos de mi infancia. Las luces delpueblito, ahora más difusas, parecían jugar a las escondidas entre las sombras de losárboles, como si la misma noche quisiera contarme sus historias.
Buscar en el documento
La aldaba.docx
Página 1 Página 1 de 2

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »