El Atardecer
— ¡Vieja!, ¡VIEEEJAAA!
— Por ahí anda esa mata de pelos, seguro anda por ahí llenado la casa de pelos pa’ darme más trabajo.
— Chutito, cuchito, cuchito, cuchito, …
— Fíjate en esto, ¡aprende! —María hace sonar la bolsa de alimento para gatos y el gato aparece al instante—
— Mira tú, ja, ja, ja, qué fácil mi vieja.
— Sorda, pero no tengo un pelo de weona, ja, ja, ja.
— ¿Me pasarías al gato para hacerle cariño?
— ¿Cómo dijiste?
— ¡Qué quiero tomar al gato!
— A ver, ven acá mi lindo, eso. Toma, Juan, acá tienes a tu criadero de pelos.
— Qué suave es su pelo, que lindo mi chiquito.
— Por ahí escuche que hay una raza de gatos sin pelo.
— ¿¡Cómo va a ser posible eso!?
— ¿!Que dijiste!?
— ¡QUE CREO QUE ES IMPOSIBLE!
— ¿Por que te iba a mentir?, que gano yo con decir mentiras tan re tontas.
— Es verdad, tienes razón.
— ¿Qué dijiste?, habla como hombre por favor. Acá tienes tu cafecito.
— NADA, NADA.
— Nada, nada, ¿qué?, tú crees que no me interesa escucharte, necesito que me hables, ¿no te dai cuenta, viejo de mierda? ja, ja, ja, ja.
— ¡Sí me doy cuenta!, VEN ACÁ, VIEJA QUE TE QUIERO BESAR.
— Si me vas a besar deja a esa mata de pelos en el piso, ¿ya?
— Listo, ¡ven pa’ abrazarte! —María se sienta en las piernas de Juan y se besan—
— ¡Ay, mi viejo!, mira como estamos, tengo miedo mi viejito.
— Tranquila, amor, YA VAS A VER QUE LAS COSAS SE ARREGLAN.
— Pero Juan, este mundo no está hecho para una vieja sorda y un viejo ciego, yo creo que ya no le servimos a nadie —María lo abraza fuerte y se larga a llorar—
— Tranquila amor, tranquila, tranquila —Juan la sostiene con fuerza y le acaricia la cabeza—
— ¿Que vamos a hacer mi viejito?, ¿Cómo vamos a salir adelante?
— ¿Qué pasó?
— Nada, nada, es que me siento solo.
— ¿Quieres un gorro?, ¿Tienes frío?
— Noooo, te digo que quiero compañía.
— ¿Quieres qué? ¿Tienes sed?
— Ok, ok, ¡estás más sorda que una tapia!
— No entiendo lo que dices. ¡Qué rabia me da!, tú sabes que estoy sorda.
— Sí, me doy cuenta y ahora yo, estoy casi ciego.
— ¿El pliego?, ¿de qué hablas?
— Nada, nada mujer. Anda a lo tuyo.
— Si quieres que te escuche tienes que hablar fuerte, sacar voz de hombre, eso que tú nunca has sido. Al menos inténtalo ¡viejo de mierda!
— Ya, ya, anda a lo tuyo y déjame en paz.
— Sigo sin escuchar, pero da igual, ya sabe señorita, si quiere algo, grite con fuerza de hombre.
— ¡Sí qué eres un plomo, María!
— ¡VIEJA!, me vine pa’ acá, ¡pa’ acompañarte!
— ¿Mira tú?, ten cuidao, no te vayas a pegar con la mesa.
— No, si lo hago con cuidao —paff, le pega a la mesa con la rodilla— uyyy, ¡maldita sea!
— ¡Te dije viejo weon!, me diste vuelta la leche, ayayayaiii.
— ¡Perdón, amorcito!, es que aún no aprendo a moverme entre luces y sombras, perdón.
— Está bien, está bien, siéntate ahí, déjame ayudarte, ya, listo. ¿Quieres un café?
— Ya, bueno viejita, me gustaría un cafecito.
— Ok.
— ¡VIEJA! ¿Dónde está el gatel?


