Por: Andrés García Viesca
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Página 1 de 8Donde el camino fugaAndrés García ViescaAndrés nunca había visto nevar. Cuando bajó del avión en Minneapolis y laventisca le azotó la cara, sintió que la libertad era un animal frío y silencioso.Llevaba un suéter tejido por su madre, una mochila con la bandera mexicanacosida a mano, y un diccionario inglés-español comprado en un puesto delibros viejos en la calle Guerrero en Monterrey. No tenía amigos en EstadosUnidos. No tenía certezas. Sólo una beca de la Universidad de Saint Cloudpara jugar futbol americano y de paso estudiar inglés.En su natal Monterrey, los conciertos estaban prohibidos desde la masacrede Avándaro. Las autoridades decían que la música en vivo provocaba elconsumo de drogas, libertinaje y rebeldía. Andrés creció con los oídospegados a una vieja radio de transistores, sintonizando las estaciones de lafrontera, donde a veces se colaba una canción de Led Zeppelin o una sinfoníade Yes. Pero fue Emerson, Lake & Palmer quienes lo marcaron. El día queescuchó "Tarkus", algo dentro de él se quebró y se reordenó. Como si elmundo, de pronto, tuviera forma.Durante los primeros meses en el internado de St. Cloud, ubicada en unpequeño pueblo al norte de Minnesota, Andrés apenas hablaba. El inglés leresultaba una cárcel fonética: todo lo que quería decir rebotaba en supaladar y se convertía en torpeza. Sus compañeros de clases eran amables,pero lejanos. En cambio sus compañeros de equipo eran agresivos y racistas,no les parecía que un mexicano llegara a jugar su deporte nacional. El únicorefugio que tenía eran las clases de música, donde al menos podía leerpartituras y reconocer acordes. Lo demás era silencio.El silencio pareció callar un martes de febrero, en la biblioteca, hojeando unarevista Rolling Stone de hacía meses, encontró un anuncio: "EMERSON, LAKE& PALMER. New York Garden. March 24. One Night Only." El corazón se ledetuvo. Nueva York está a más de mil kilómetros, y el reglamento de laescuela era claro: ningún estudiante podía abandonar el campus sin permiso.Desde que Andrés leyó ese anuncio, las clases pasaban desapercibidasmientras ideaba qué hacer para asistir al concierto.Era tanto su deseo por ver a la santísima trinidad del rock progresivo quedesafiando las cadenas que lo contenían, decidió escapar.
Página 2 de 8Así que la noche del 21 de marzo. Andrés metió en su mochila una muda deropa, unos dólares ahorrados, unos marcadores y el disco de "Trilogy", con laesperanza de conseguir sus autógrafos.Se envolvió con el abrigo más grueso que tenía, entonces pasó por labiblioteca para robar un mapa y salió.Caminó bajo la oscuridad intermitente de las luces de carretera, hasta unasalida secundaria del pueblo. Con el pulgar alzado y los labios partidos por elfrío, comenzó su odisea.El primer vehículo que se detuvo fue un tráiler. Del asiento bajó un hombreafroamericano con gorra de béisbol y voz de barítono. —Where you going,kid? —preguntó. Andrés apenas entendió. Sacó el mapa, apuntó con un dedotembloroso diciendo: "New York, Music. Emerson." El hombre soltó unacarcajada. —Rock and roll? Hell yeah. Get in. Durante dos horas, hablaronmás con gestos que con palabras. Andrés dibujó un teclado en el aire. Elhombre, Marvin, le enseñó su colección de cassettes. Sonó Hendrix. SonóJanis Joplin. Andrés se sintió menos solo. Al final, Marvin lo dejó en unaestación de gasolina. —Can't go further. Stay safe, chico.Andrés agradeció con un inglés torpe. La noche se mostraba como un océanooscuro.La siguiente etapa del viaje fue extraña.Una combi decorada con flores psicodélicas se detuvo frente a él. En elasiento delantero, una pareja mayor —ambos de gafas redondas, cabelloblanco y largo como la niebla— le sonrieron con calidez.—Looking for a ride? It’s cold outside —dijo ella, abriendo la puerta.—Sí… voy a Nueva York —respondió Andrés, dudando, a medio camino entrelos idiomas.La pareja se miró, divertida y sorprendida.—Get in. Why do you speak Spanish?—I am estudiante mexican… Quiero ir a New York to see ELP. Very goodprogressive band —explicó Andrés, atropellando las palabras.Ella le ofreció un termo y una cobija:
Página 3 de 8—Drink this tea, it's hot. And cover yourself with the blanket.Desde el primer sorbo, sintió que algo dentro de él se aflojaba, como si lalibertad liberada fuera también una infusión cálida que despejaba el miedo.El hombre, con voz apacible, lo miró por el retrovisor.—We went to Woodstock —dijo, con cierto orgullo melancólico—. We allneed a soul-changing first time. Maybe for you, this trip will be the thing thatchanges you, enlightens you.Andrés no entendió todo, pero dejó que las palabras lo envolvieran. Sintió lospárpados pesados y la cabeza llena de música y vapor de té.No supo cuándo se quedó dormido. Solo despertó al momento que unamano suave lo sacudió y una voz lo devolvió al mundo:—Wake up, Mexican. Our paths are different, we need to part ways. Goodluck on your journey.Todavía aturdido por el sueño y el cansancio, Andrés bajó de la combi.Observó cómo los ojos rojos de la furgoneta se alejaban, tragados por ladistancia y la niebla del amanecer.Quedó solo de nuevo, parado junto a la carretera, sintiendo que cadaencuentro lo alejaba un poco más del Andrés que había dejado enMonterrey.Estaba en un tramo solitario de la autopista, Andrés caminaba. El frío lecortaba la cara. Sus dedos comenzaron a entumecerse y pensó en rendirse.Pero la admiración por el trío lo impulsó a seguir. Pensó en el “Hammond” deKeith Emerson, la etéra voz de Greg Lake y los batacazos, casi cavernícolas,de Carl Palmer. El deseo venció al miedo. Caminó hasta que sus pies dejaronde doler. Entonces comprendió que el miedo también se gasta si uno loignora lo suficiente.Divisó unas luces a lo lejos.En la gasolinera, un grupo de chicas en un Mustang escuchaban FleetwoodMac. Una de ellas, con pantalones de cuero y pelo rizado, lo observó concuriosidad. —Where are you come? It’s cold. Rieron cuando dijo "México".Hablaron de tequila, de telenovelas y de que todos los mexicanos eran "hotlovers".
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