Por: Olga Leticia Orizaga Cárdenas
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Página 1 de 6De rival a cómpliceOlga Leticia Orizaga CárdenasLos gritos desgarradores de Mireya se escucharon en aquel solitario lugarperdiéndose en el inhóspito pantano. La casa de madera vieja con las tablas agrietadas eratestigo de la violencia que se vivía dentro de ella. Era la única vivienda en kilómetros. Seconectaba con el pueblo por un camino de tierra que desaparecía durante la temporada delluvias.Bajo las escaleras, Viridiana cubría la boca de su hermano Vicente para que nogritara. Procuraban no hacer ruido. No alcanzaron a esconderse en otro lugar. Por más queintentaban mostrar indiferencia, no se acostumbraban a los eventos en los que el padregolpeaba a la madre sin piedad. Y no era un pretexto su estado de ebriedad. El hombre teníapor costumbre masacrar a la mujer cada que se le antojaba.A pesar de que todo quedó en silencio se mantuvieron en su escondite por largorato. Era casi de madrugada cuando la niña alcanzó a distinguir una silueta dirigirse hacia lapuerta. Permaneció inmóvil y cerró los ojos, como se lo enseñó Mireya, para no ver algoque después tuviera que recordar. Se le vino a la cabeza lo que les dijo su madre en variasocasiones: “Si tu padre se vuelve loco no importa lo que escuchen o lo que vean.Escóndanse donde no los encuentre, porque puede hacerles daño”.Al principio la niña tuvo la intención de seguir a la persona que salió de la casa,pero desechó la idea. Aunque se sentía morir de angustia, prefirió seguir observando desdesu escondite hasta que regresara la calma.No supo a qué horas se quedaron dormidos, pero Viridiana se despertó sobresaltadaal escuchar el chillido de la cafetera. Sigilosamente se asomó a la cocina y después decerciorarse que su padre preparaba el café, apresuró a su hermano a despabilarse para ir adormir un rato más. Aun a sabiendas de que el peligro había pasado, se deslizaron sin hacerruido escaleras arriba hasta el tapanco, tratando de pasar desapercibidos.Los niños se extrañaron porque no los llamaran a la hora de la comida. Comenzarona desesperarse por el hambre y decidieron bajar a buscar algo que se las mitigara.Encontraron a su padre acompañado de la botella de alcohol.
Página 2 de 6Intrigado Vicente preguntó:—¿Y mamá Mireya?Como si hubiera recibido un choque eléctrico volteó a ver al niño con una mirada deodio.—¡No quiero volver a escuchar el nombre de esa perdida en esta casa, nunca más!¡Si lo pronuncian les romperé el hocico!Al ver la curiosidad en los niños por la ausencia de la madre y con la maldad que locaracterizaba, les dio el tiro de gracia.—La maldita perra prefirió ser más mujer que madre. Desde hace tiempo meengañaba y tuvo el descaro de confesarlo. Le dije que se largara. No dudó en irse tras de suamante.Viridiana ocultó su confusión. Abrazó a su hermano con ternura susurrándole aloído.—No te preocupes, Vicente. En cuanto ella pueda va a regresar, porque nos quiere.Estaremos juntos otra vez.A partir de ese día el padre les prohibió a los niños aparecerse en el pueblo. Nisiquiera les permitió continuar yendo a la escuela como lo hacían anteriormente. Dos vecesa la semana, decía él, eran suficientes para que se les quitara lo analfabeta. La maestra no searriesgó a ir a buscarlos para preguntar el motivo de su ausencia. Nadie se atrevía a entraren esos parajes.Pasaron los días y las semanas y Mireya no regresó. Pronto Viridiana se convencióque de que jamás volvería, en cambio, su hermano lloraba constantemente.A pesar de que eran los dos de la misma edad Vicente tenía la inocencia másmarcada. No se cansaba de preguntar por qué los dejó, por qué no los llevó con ella. Laniña no logró convencerlo de que la olvidara.Cuando el padre salía, los chicos se sentaban mirando hacia la vereda en espera dever aparecer a la madre sin temor a recibir algún regaño. Pero solo lograban distinguir elserpenteado camino perdiéndose entre el fango gris.El padre regresó a casa después de unos días de ausencia y lo notaron diferente. Noera usual verlo sonreír, tampoco silbar. Los invitó a sentarse en el comedor para platicar con
Página 3 de 6ellos. Se veía impaciente por darles a conocer las buenas nuevas, por lo que no tuvo reservaen decirles las cosas como eran.—¡Hoy conocerán a su nueva mamá!Sin importarle la reacción de los niños continuó diciendo:—Mañana traeré a Samanta a vivir a esta casa. Deberán respetarla y quererla másque a su verdadera madre, porque ella se lo merece. Los va a considerar como sus hijos, asíque volveremos a tener una familia completa de nuevo.La chica que llegó a la casa del pantano con su cara llena de ilusiones apenasmostraba la mayoría de edad. Divertida porque sus zapatos de charol estaban llenos delodo, no pudo percatarse de la tristeza en los ojos de los niños. Samanta se integró al hogarocupando el lugar de la esposa.En un principio todo fue diferente. Viridiana y Vicente disfrutaron de unatranquilidad no recordada. La pareja reía, cantaba y los cuatro convivieron en armonía porun tiempo insignificante.Conforme pasaba el tiempo a Samanta se le comenzó a hacer difícil atender a trespersonas, pues no estaba acostumbrada. Además de querer quitarse de encima lasobligaciones recelaba de los hijos de otra mujer. Constantemente les hacía falsasacusaciones para que el padre los reprendiera.Viridiana comenzó a sentir odio hacia la madrastra, por su mal humor, por lasmentiras y porque el padre desquitaba su coraje con ellos. Aunque en el fondo tambiénsentía lástima, pues ejercía la misma violencia que en la madre.En cuanto la tempestad se acercaba corrían a esconderse ella y su hermano, comoantes. Solo que ahora existía una diferencia. Mejoró su situación, porque no habíanecesidad de taparle la boca, ni de permanecer inmóvil con los ojos cerrados, simplementeaseguraban un dormitorio en cualquier lugar alejado. Su progenitor se había acostumbradoa sus ausencias y no los buscaba.Pronto la situación se salió de control. Las acciones de Samanta aumentaron, asícomo el odio de Viridiana por ella. Decidió vengarse de ella y lo único que se le ocurrió fuellenarla de miedo para que se largara muy lejos.No tardó en encontrar la oportunidad. Con paciencia esperó a que los gritos einsultos se agotaran y a que la mujer quedara tirada en el suelo, molida a golpes.
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