Tomás esperaba con ansias ese momento. La noche era cálida; el aroma de pasto recién cortado y el viento sobre su piel refrescante lo acompañaban. Gritaba fuerte y eufórico. Sin una preocupación en el mundo, esperaba al pie del camino a que sus amigos pasaran por él para irse a la fiesta de fin de año, a la que también iría Fátima. Estaba loco por ella y esa noche intentaría besarla. Eran las 11 de la noche cuando vio a lo lejos el Mustang de Joaquín acercarse y con él venía acercarse y con él venía Raúl.
La pintura rojo cereza brillaba bajo la luz de la luna, los rines cromados, la música a todo volumen. La puerta se abrió y subió emocionado, el auto arrancó a toda velocidad y devoró las curvas de la carretera.
Aquella noche fue mágica para él. Fátima lo recibió con una sonrisa y un abrazo, su cabello olía a flores recién cortadas y al tenerla entre sus brazos ese calor que emitía le hizo sentir una descarga eléctrica que le recorrió todo el cuerpo.
Pasaron las horas bailando cerca, cada vez más cerca, hasta que se animó a besarla y ella le correspondió. Se miraron a los ojos sonriendo y nada más importaba alrededor. Quería que el tiempo se detuviera, pero la voz de Joaquín lo sacó de ese trance.
––Wey ya va a amanecer; no podemos quedarnos más tiempo –– le dijo mientras le tocaba el hombro.
Fátima asintió nerviosa y preguntó si podían darle un aventón a su casa, para pasar más tiempo con Tomás. Los chicos accedieron y subieron al Mustang, Joaquín y Raúl al frente, Tomás y Fátima en el asiento trasero. La capota abajo y de las bocinas emanaba «Closing Time», de Semisonic.
El motor rugía con potencia cuando se adentraron en la neblina que había descendido sobre las curvas en el camino. Después de unos momentos, el auto se detuvo frente la casa de Tomás, y la puerta se abrió. Tomás miró con recelo a Joaquín, quien le observaba desde el retrovisor.
––Es hora amigo, aquí te bajas tú –– dijo Raúl.
Tomás apretaba la mano de Fátima con fuerza, ella soltó su mano, lo miró y trató de sonreír, aunque lo único que logró fue esbozar una mueca. La besó y en sus labios quedó el sabor a sal.
Parados fuera del automóvil estaban Raúl y Joaquín, esperando a que saliera. Finalmente, Tomás bajó del auto y se fundió en un abrazo con ellos. Le costó mucho trabajo separarse, quiso pasar saliva pero era como tragar cristales. Contuvo el llanto todo lo que pudo.
––¿Nos vemos el próximo año? –– preguntó con la voz entrecortada.
––Hasta el próximo año amigo. Pasamos por ti –– respondió Raúl mientras subía al auto.
El motor rugió una vez más y vio la silueta del Mustang alejarse por el camino, hasta que perdió de vista las luces traseras. Se quedó ahí, parado, mientras las lágrimas resbalaban. Podía sentir el aire frío en la cara, la humedad de la madrugada calándole en la espalda.
Se dio la media vuelta y entró a su casa, el olor a incienso y parafina lo recibió. Cerró la puerta y se dirigió a la cocina. En la mesa le esperaban los restos de tres veladoras y una fotografía. La tomó y recorrió con su dedo índice la cara de Raúl, Joaquín y Fátima, por siempre jóvenes.
>

