ADIÓS ABUELO.
Las cosas no han sido fáciles desde que mi abuelo murió. Lo extraño mucho; las horas pasan lentamente y siento que en cualquier momento voy a escucharlo saludar desde su cocina, listo para compartir el café del domingo, pero no es así.
De niño solía tener terrores nocturnos, despertaba aterrado con pesadillas y era él quien me reconfortaba con un abrazo y una taza de chocolate caliente. Fue él quien me enseñó a andar en bici, a leer un mapa, usar una navaja y atarme la corbata. Siempre quise ser como él y me enlisté en el ejército para seguir sus pasos.
Ahora, pienso qué diría si me viera llorar e intento no hacerlo, pero es inevitable. Me siento tan solo y esta noche regresaron las pesadillas. La veo ahí sentada al pie del árbol, con su cabello rubio, amarrado con un listón morado y los ojos color miel que me suplican ayuda, me pide que vaya por ella, que la saque de ese bosque.
Me doy la vuelta y cuando intento marcharme, a lo lejos escucho mi nombre, Pedro, aquí, ven acércate. Es la voz de otra mujer, dulce, suave, no puedo resistirme, mis pies se dirigen hacia donde escucho su llamado, el sendero está lodoso, cada vez se me hace más difícil desplazarme, intento avanzar pero algo me lo impide.
Miro hacia abajo y una mano me está sujetando el tobillo, aparte de las uñas rojas distingo un anillo dorado con una esmeralda, brillante. Empiezo a gritar, intento zafarme; le suplico que me suelte y en cuanto afloja un poco el agarre salgo corriendo como un loco. Tropiezo, me arrastro con todas mis fuerzas: quiero llegar al lago, siento el lodo enfriándome el pecho, la barriga, siento su aliento en mi oreja, cierro los ojos y aprieto los dientes, esperando percibirla otra vez pero no sucede.
Cuando enfoco la mirada tengo el lago justo frente a mí, me quedo paralizado al ver que el agua no devuelve mi reflejo, en cambio, el rostro pálido de una mujer con lentes de pasta me mira con tristeza. Regresa por nosotras, me suplica. Entonces me desperté cubierto en sudor.
“Tranquilo, fue sólo un sueño. Estás nervioso por lo de mañana” me digo para intentar calmarme, pero sigo nervioso, en unas horas tengo que pasar a casa de mi abuelo para limpiar su habitación, tirar lo que no sirve y donar las cosas en buen estado.
Para cuando los rayos del sol empezaron a aparecer yo ya estaba en camino, llegué ahí poco después de las siete de la mañana, me senté en su cocina y me preparé un café en su honor, recordé los buenos tiempos que pasamos y derramé todas las lágrimas que no pudieron salir en su funeral. Tal vez suene loco, pero sentí su presencia conmigo, diciéndome que todo iba a estar bien, como si me diera su bendición para la tarea que tenía frente a mí.
Comencé por tirar todas las medicinas que tenía almacenadas, saqué del clóset los trajes, corbatas, camisas y chamarras en buen estado para donarlas, cuando terminé de vaciarlo me quedé mirando ese hueco que había albergado su ropa por más de 30 años, como si fuera un gran hoyo negro que me llamaba. Quería apartar la mirada, pero no podía, la necesidad de entrar ahí era muy fuerte, me asomé al interior y en una esquina me pareció ver algo que resplandecía. Estiré la mano para tomarlo. Cuando lo saqué a la luz sentí como si me hubieran sacado el aire de un golpe en el estómago, trastabillé y el anillo cayó al suelo, con todo y su esmeralda, fulgurante.
Mi mirada va directo hacia los cajones del clóset. No sé si quiero abrirlos.


